Autor: Pedro de la Hoz | pedro@granma.cu

16 de abril de 2020 00:04:17

A los hombres y las mujeres que marcharon a sus puestos en la primera línea de defensa contra la agresión, luego de escuchar el discurso pronunciado el 16 de abril de 1961 por el Comandante en Jefe Fidel Castro, en la despedida a las víctimas del ataque aéreo de la víspera, no les sorprendió un concepto expresado por él: Revolución socialista.

Exactamente dijo: «… lo que no pueden perdonarnos, que estemos ahí en sus narices ¡y que hayamos hecho una Revolución socialista en las propias narices de Estados Unidos! (…) ¡Y que esa Revolución socialista la defendemos con esos fusiles!, ¡y que esa Revolución socialista la defendemos con el valor con que ayer nuestros artilleros antiaéreos acribillaron a balazos a los aviones agresores!».

Quedaba atrás un estigma y se abría paso una nueva realidad. Socialismo había sido, hasta poco tiempo atrás, una mala palabra. Sinónimo de represión infinita, supresión de libertades, lavado de cerebro, anulación del individuo, frustración del ser humano. Comunismo era mucho peor: desde las historias difundidas por las selecciones Readers Digest, hasta los muñequitos de los Halcones Negros. Contra los tenebrosos relatos tras la Cortina de Hierro a la consagración del movimiento comunista internacional como enemigo número uno del sistema interamericano, de acuerdo con la Declaración de Caracas de la oea de 1954, pasando por la circulación en ciertos medios intelectuales del libelo La gran estafa, del peruano Eudocio Ravines, pues nada mejor que un renegado para acreditar el desprestigio de antiguas filiaciones.

Una narrativa machacona inculcaba en la gente sencilla que comunismo y socialismo equivalían a que te iban a quitar tus hijos, que te ibas morir de hambre, que si eras pobre serías más pobre todavía. Cuando un militante comunista brillaba por méritos propios, se decía: fulano es inteligente, lástima que sea comunista. O si se trataba de una persona decente, lástima también, pues comunista no parece.

Los cubanos y las cubanas de aquella hora de definiciones no habían leído a Marx, ni a Engels, ni a Lenin, ni escucharon hablar de Gramsci o Rosa
Luxemburgo, pero no les hizo falta descifrar a Mariátegui para comprender, en la práctica, que socialismo significaba creación heroica; mientras el sentido común de la lucha indicaba entonces, y mucho más con el paso del tiempo, que socialismo e ideario martiano se presentaban como una articulación posible y necesaria.

La praxis revolucionaria dictaba el curso de los acontecimientos. Entendían con Fidel que al imperialismo le irritaban «la dignidad, la entereza, el valor, la firmeza ideológica, el espíritu de sacrificio y el espíritu revolucionario del pueblo de Cuba».

A Girón los combatientes fueron a defender el socialismo, como lo harían después en la erradicación de las bandas contrarrevolucionarias y en la  Crisis de octubre. Ellos y sus sucesores han defendido el socialismo de distorsiones y dogmatismos, de reducciones y oportunismos, de descalificaciones y traiciones. En nombre del socialismo comparten una ética solidaria dentro y fuera del archipiélago.

«Nosotros escogimos el socialismo porque es un sistema justo, un sistema mucho más humano…», expresó Fidel en 1991. Los cubanos y las cubanas de este tiempo tienen el compromiso de hacer que esas palabras del líder revolucionario sustenten cada uno de nuestros actos.

Fuente: Granma.cu

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